Sentada en la mesa del rincón veía toda la cafetería. Podía vigilar quién entraba y salía. Observaba a la gente sentada en las otras mesas. Controlaba a los que trabajaban detrás de la barra y a los que servían las mesas. El camarero alto, atlético y de pelo moreno tomaba nota a dos señoras sentadas cerca de ella. Las dos amigas, descaradas, flirteaban con él; este les sonreía seductor. Les sirvió dos chocolates acompañados de porras. Invisible en su rincón, contemplaba la escena sin dejar de controlar el establecimiento. Las señoras terminaron y dejaron el importe en la bandeja, despidiéndose del camarero con risas tontas. Él, provocador, se despidió de ellas mientras recogía el dinero. Llegó a la barra blasfemando en voz baja por la mísera propina que habían dejado. Ella salió de su rincón decidida, había visto como el camarero perdía la máscara, estaba despedido.
La máscara
