Te recuerdo sembrado de hormigueros,
querido amigo, tu eje vertical,
tus altos, tus pendientes siempre tercas
que emulaban alcázares de cristo
sobre los cenagales ya pretéritos.
Recuerdo demasiado bien tus noches,
la nocturna en tu grava y el horizonte sobre
las colas y los cuerpos de lagarto amputado.
Recuerdo demasiado bien tus noches,
los heraldos, la muerte conocida
exigiendo mi carne desde la boca autóctona.
¿Cómo obviar las materias en tu noche?
Eras esa la bruma inquieta de la selva,
aquel monte de pinos —que quizá el volcán fuera—
aquella gran rodilla ensangrentada
y emergente, y de Atlantis venida.
¡Pronto! Hubo un presagio de rapaces:
recuerdos en beso de buenas noches.
Estaba anhelando anhelos de endemia
mi yo, armado en la noche de la isla,
persecutor de aquellas raras avis
sepultas, dormitando un hueco allá en el alma.
¡Y pronto! se consume toda la isla
en un eco en espadas detenidas,
la nocturna del guanche exige sus silencios.
Silencio en la nocturna del recuerdo.
Recuerdo en las dolencias del silencio:
El límite del agua en el océano.