Miradas accidentales,
besos entre portales.
Preludio del amor que llegaría
y que los miedos arruinarían.
En el sinsentido encontrábamos nuestra cura,
y yo,
en tu sonrisa dulce y pura,
la razón de mi existir.
Pero llegó el momento anunciado.
Comenzó a llover en nuestros corazones.
Entramos en el bucle laberíntico de hacer preguntas sobre las certezas más absolutas y responder a nimiedades que llenaban el alma de desazón.
Ese día te cogí la mano por última vez,
deslicé mis dedos por tu piel tersa por última vez
y mis labios se fundieron con los tuyos por última vez.
Fue la primera última vez.
Aunque no sabía que la segunda dolería aún más.
Me di media vuelta y avancé los metros que me hacían no escuchar el sonido de tus botas sobre la acera mojada.
Me alejé de ti, aunque tu recuerdo seguía conmigo…
Con el tiempo de por medio y las ideas claras,
me dispuse a emprender de nuevo viaje,
sentido opuesto,
dirección a ti.
Pero cuando llegué, ya habías puesto punto final a nuestra historia de amor.
Y yo,
con más amor para darte que nunca,
decidí arrancar la página y cerrar el libro.



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