Lo bueno de la adaptación es que a todo se desacostumbra el ser humano:
a las cosas, al café, y a las personas.
Corrijo, al café no.
Qué triste debió haber sido cuando me quedé sola, quiero decir, cuando se quedó sola. Yo me quedaba mirándola en silencio, observando cada uno de sus sollozos en medio de la habitación. Me preguntaba qué hace a un humano profundizar constantemente en lo que más le escuece el alma, si cuando estuve ahí, siempre quise salir huyendo, pero ella cerraba los ojos y su respiración me hablaba al oído, sabía en dónde era mi lugar, pero tal vez aún no era mi tiempo.
En cada uno de los huecos que la luz lunar traspasaba hasta llegar a sus mejillas, pude conocer el rostro de la primavera cuando se marchita, fulminando el color rosa de las flores, viendo lo que a poco se va para siempre, y nunca será igual. Con tal dulzura pensé en abrazarla traspasando la dimensión, pero ella no sabía de abrazos y la torpeza de sus brazos arañaba su piel.
Vi lo peor de sí; viví de su mano cada aliento de vida, las mañanas soleadas, y los días nublados que tanto odiaba, por pertenecer al pasado, caótico y melancólico. Vimos el mundo a través de pantallas, mensajes subliminales de aparentes vidas perfectas, me cansé de callarle algunos pensamientos -mas no desistí-. Hubo días que creí que era el final; hay decisiones que nos llevan a más de una consecuencia fatal, que te hunden al abismo, que parece no terminar y así las horas se vuelven días, y los días se vuelven meses, hasta que decides gritar. ¡Quería que me escuchara! ¡Estoy aquí!
Noches después de aquella noche que ella se dijo adiós, al fin me miró, escondida entre la oscuridad, en la silueta del viejo árbol en el que se columpiaba cuando niña, me encontró en las hojas que caen cada vez que el viento se exalta, con la mirada tan suya. Le vi la sonrisa y me enamoré de ella. Cuando el amor surge así, de repente, es inevitable. Entonces sabía que había llegado el día, que me quedaría en su esencia, el espíritu y su virtud. Se fundió conmigo. Que venga el pasado y que venga el miedo, que vengan fantasmas, que de esto se trata el hecho de existir.
Yo no conocí a otra persona hasta sus adentros, solo una, que cambió mi presente, y tuve que enseñarle a amar la vida. Mi otra yo, mi vieja yo.
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