Caen sobre la mesa,
a ritmo de segundero,
pesados libros
repletos de pendientes.
Se acumulan como losas de concreto
construyendo torres
altas como rascacielos.
Llega el punto en que la carga
resquebraja la madera,
quebrándose las patas
cual si fueran mondadientes.
La escena se derrumba
sobre la conciencia,
ahora es mi cabeza
el escritorio de tareas.
Aprieto la quijada,
para hacer fuerza,
punzan en las sienes tantas exigencias.
Marea el giro de las manecillas
ahora a contratiempo.
Todos mis fluidos se aceleran,
huyen de una crisis,
ya han sido rebasados.
¿Por qué no soltar
simplemente el cargamento?
Pareciera ya adherida
a mi corteza la presión.
Un hueco
que desagüe del cráneo
la densa obligación adjunta no he encontrado.
Ésta solo se almacena
a costa de la calma.