Me despierta un soniquete que se mete en mi cabeza; no sé dónde esconderme para no oírlo. Ese toc toc corrompe la paz del momento: la casa está en silencio, todos duermen y los primeros rayos anaranjados del amanecer empiezan a brillar.
Me levanto de la cama y silenciosa me dirijo a encararme con el culpable de mis desvelos. Cuando lo encuentro me siento en la silla contemplando, a hurtadillas, aquella dolorosa despedida. Ahora lo entiendo todo, una tras otra llevan el compás formando una dolorosa melodía.
Paula entra en la cocina dando los buenos días a Misifú. La gata, sentada en la silla, se deja acariciar mientras mueve la cola al compás del goteo del grifo.
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