La mañana del 1 de noviembre de 1992 desperté escuchando ruidos en mi casa. Bajo la oscuridad alumbrada por la luz blanca fría de la cocina, me dieron la noticia. Miré a mi alrededor. Mi abuela, catatónica; mi tía, nauseabunda; mi hermana, colérica. Familiares, vecinos y amigos me saludaban complacientes y asustados. Entramos con mi hermana agarradas fuerte de la mano a ver el cajón. “Este no es mi papá”, pensé sin entender, mientras miraba de reojo la expresión desfigurada de mi madre, cuya sombra deambulaba. El olor de las coronas de flores nunca dejó de provocarme arcadas. Otra mañana desperté también. Aquel día de noviembre perdí a mi madre cuando mi padre moría en un cajón.
CelesMoreno
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