Revestida con tu cristalina y diáfana desnudez,
un velo sutil y etéreo cubre tu inmaculada belleza,
la gracia satinada y pulida enaltece tu sencillez,
impasible como tallada y esculpida sobre piedra caliza.
Tenaz ante los retumbantes y estrepitosos fracasos,
con delicadeza y elegancia inclinas la cabeza,
luces traje de modestia con los éxitos y logros,
blanca como la estrella del alba y la luz de la pureza.
El son de la trompeta del injurioso se calla,
disipas silenciosa su fatuidad y arrogancia,
ante sus ofensas te expones sin armadura,
sólo con palabras perfumadas de aloe y casia.
La jactancia del altanero desmantelas,
el espino y la ortiga del soberbio desechas,
el sarcasmo del presuntuoso desarmas,
y la petulancia del orgulloso desguazas.
Provees un festín de sabrosas promesas,
un banquete de azucaradas sonrisas,
con mirra y canela la deferencia sazonas,
la condescendencia con agua de azahar rocías.
A la tierra que fertilizas y haces crecer te arraigas,
las semillas de la paciencia cultivas,
huerto fructífero y ubérrimo el respeto cavas,
jardín de abundancia y paz fecundas.
Esther Coia
coiaesther@gmail.com
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