Desde la naciente de tu pelo
hasta sus puntas onduladas,
corre a raudales la belleza.
Su caudal arrastra miradas,
las lleva a desbordar por la cascada de su lacio fascinante.
Uno tiende a perderse entre los claroscuros de esa caída;
a revolverse por su trenzado vertiginoso,
y descender por los paisajes de tu espalda.
Volvería mi mano viento
para levantar tus mechones castaños,
y a mis dedos piedras de río
para peinar su agua corriente.
Ahora, sólo puedo
contemplar la estela de tu paso;
sentado a la orilla,
añorando sumergirme un día en tus pensamientos.

Francisco R. Garcisán
@frgarcisan
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