Nací en un lugar donde los niños luchan
con espadas de madera. Sabiendo que es juego.
Ficción si telediarios de infantes armados.
Y banderas blancas acompañadas
por palos de regaliz.
Soy de la paz. Pues conocí la guerra.
A veces forman tropas los monstruos
que rujen en mi cabeza. Cobardes.
Ya no atacan por miedo al samurái
que desde mi pecho porta la katana
y el coraje que reclama justicia.
Crecí donde la esperanza lleva manto
y de vez en cuanto nos tapa el corazón.
Y las estrellas, menos fugaces,
ya no son fugitivas del desamparo.
Soy. De donde el césped sigue verde
y muda sus colores con el rojo atardecer.
El arrebol intransigente subyace sin atrever
cambiar por sí mismo los tonos de la hierba
pues de tanto la amarla no la quiere perder.
Maduré en sueños. Donde los perros corren
en el parque sin miedo a ser abandonados.
Dueños de sus vidas.
Dueños sin amo.
Soy. Y moriré.
En el lugar donde el violín le haga el amor al piano
hasta que el propio sordo sea criado
como un testigo de este ruido.
Sociedad. De tiempo y olvido.
La que abre sus oídos por él
pidiendo que sea escuchado.
May Olivares
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