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¿Puedes acostumbrarte a todo?

Dicen que los seres humanos tenemos una capacidad increíble para acostumbrarnos a cualquier situación. Aún así, me pregunto si existe alguna rutina que resulte insoportable una, y otra, y otra vez. ¿Qué pasa con la muerte? Siempre nos la imaginamos de la misma manera: calavera, guadaña en mano, envuelta en una capa negra hecha jirones. Impertérrita. Pero ella también debe de pensar en algo, ¿no? 

Me gusta creer que sí. Pero luego me aterra tratar de adivinar qué pensamientos deben habitarla, condenada como está a una eternidad segando almas. Bueno. No creo que ella siegue. Creo que es más adecuado decir que recoge. Ella no es ni la enfermedad, ni las manos que empuñan una pistola o un cuchillo, o que conducen un automóvil. Ella simplemente aparece instantes antes de nuestro final, obligada a presenciar los últimos alientos de cada habitante del planeta, niño o anciano, para luego acompañarnos al infierno, al Hades, al Valhalla, al más allá o a la reencarnación, o a tantos otros sitios como imaginarios existan. 

No puedo concebirla como un ser malvado. ¿Recordáis ese hecho tan recurrente, el fenómeno de la luz que visualizan aquellos que se encuentran a la puertas de la muerte? Creo que es precisamente ella. Nos la imaginamos como la oscuridad, pero creo que dentro de los estrictos límites del poder que se le ha concedido, nos regala una luz final, un cierto alivio. Probablemente, si tuviera galletitas y un vaso de leche también nos los ofrecería mientras nos guía hacia nuestro nuevo destino. 

¿Se habrá acostumbrado a vernos morir? Como un soldado que, tras varios años en el frente, ha sido uno de los pocos con ¿suerte? de salir vivo, mientras sus camaradas caían en el campo de batalla con una facilidad pasmosa. Yo creo que no. Probablemente estaría entusiasmada en su primer día de trabajo, pero poco a poco sus ánimos se habrían consumido como la cera de una vela. Y habrá tenido años duros. Muy duros. 

Si pudiera, me gustaría tener una conversación con ella. Que me contara sus experiencias y sus anécdotas más divertidas, pero también indagar en las profundidades de sus cavilaciones. Explorar las cavidades de sus cuencas vacías. Al fin y al cabo, por mucho que creamos que no, todos necesitamos que nos escuchen un poco de vez en cuando. 

Quizá le diría que, cuando sea el turno de recoger al último de nosotros, que fuera un poco indulgente consigo misma. Que pensara, no en todo lo que podría haber hecho y no hizo al final, si no en todo aquello que sí consiguió que resultara como ella quería. Quizá le estaría diciendo lo mismo que yo necesitaba oír.

Bucur
Una caja con letras
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