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Poros, Penia y Sánchez

Dejemos una cosa clara: enamorarse no es amar. Eso le pasa a cualquiera. No tiene mérito ninguno. No se trabaja para ello, simplemente se experimenta. Es una acción inconsciente, un acto que intimida a la razón y la reduce a la más vasta nada cuando se encuentra ante las entretelas de las pasiones humanas. Nadie se salva de esa experiencia vital. Nadie. Ni el seguidor, ni el líder, ni la mujer emancipada, ni el religioso. Pero es que, tampoco se salva el ajedrecista ni mucho menos el hacedor de cualquier arte sublimatoria.

Enamorar e idealizar son los extremos que sostienen el mismo puente. La idealización es inevitable, sin ella enamorarse es inconcebible. Somos caníbales de los atributos del idealizado. Anhelamos adueñarnos de sus cualidades para beber de su manantial fresco y así poder mantenernos vivos. El enamorado lo hace de lo que no tiene para estar eternamente justificado ante el mundo; sobre todo si lo que ama es una idea.

En cambio ‘amar’ es un verbo que se nos queda grande a la mayoría de los mortales. No sucede; se labra. Para amar de verdad hay que caminar por una cuerda floja en la que, para mantener el equilibrio, se debe renunciar a sí mismo sin llegar a desertarse y, abandonar para siempre, la gratificación instantánea que nos hace vibrar cuando nos enamoramos. Por eso, Platón nos habla del nacimiento de Eros como el hijo de Penia y Poros: la pobreza y la abundancia. La falta de algo y su correspondiente deseo.

Esa distinción entre amar y enamorarse es fundamental. Cuando se ama de verdad es imposible estar enamorado porque solo se ama cuando el ideal se esfuma, excepto cuando aquello que se ama no es un alma ni un otro, sino un concepto: como el poder. Si la madre del amor nace de la pobreza, el amor al poder es un oxímoron. Para Platón es virtud. Y, si en la posición de líder el hombre labra el amor y no sucumbe el enamoramiento fugaz del poder, entonces el sujeto podrá ser verdaderamente bello.

Sin embargo, la relación de amor que se construye a través del poder es narcisista. Nace de uno y se deposita en sí mismo mediante acciones que dice hacer por ese amor a un ideal para beneficio de los otros, aunque realmente sea a costa de ellos. Esto es Pedro Sánchez, quien ni posee, ni se enamoró de ningún ideal; sino que lo utilizó de excusa para convertirse en la antítesis de las palabras pronunciadas por Fedro en el famoso Banquete: “El amor es como un principio moral que gobierna la conducta, sugiriendo a todos la vergüenza del mal y la pasión del bien. De manera que si por una especie de encantamiento, un Estado o un ejército sólo se compusiese de amantes y amados, no habría pueblo que sintiera más hondamente el horror al vicio y la emulación por la virtud”.

Sol Acuña
@laultramarina
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NOTA: Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad exclusiva de su autora y no representan necesariamente la posición editorial de Letras & Poesía.

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