Ahora que sé quién lo narra, me río del cuento, ahora que me sobran las hojas y el marcapáginas se me ha vuelto a olvidar en la basura. Me río de las princesas, los príncipes y los reyes que todavía quedan aferrados a espadas, medallas y castillos, sí, aferrados a sus castillos.
Me río del corrector que me ensucia cada página, mofándose de las palabras que tengo la delicadeza de inventarme y las faltas que tengo la picardía de cometer, dejándome bien claro que el cuento, aunque a veces lo escriba yo, siempre es bajo sus reglas.
Me río porque la moraleja, que es muy perra, muerde y después ladra, pero siempre fuera del libro. Me río de todo lo que me cuenten, porque la cuenta de la vieja ya no me sale.
Me río porque a Blancanieves le salvaron los enanos, que eran siete veces más hombres que el príncipe y bajaban cada día a la mina.
Porque luego, cuando llego a casa por la noche, ya no me hace tanta gracia que, por muchas páginas que pasemos, los protagonistas siempre son los mismos, los castillos siempre están cerrados y los zapatos de cristal no le caben a nadie.

Daniel Cruz
@danonone94
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