Llené de estrellas mi cuaderno imaginando la aurora boreal, creyendo en un futuro venidero. Pinté astros desvelando el camino, amenicé con colores el cielo gris e hice del frío la mejor huida posible.
El velero colectivo zarpaba aterrado por el devenir, ya no tanto a la deriva, pero sin mapa. Seguía dejando en puerto aún proyectos a medio hacer. Era inevitable, trazar aquellas estrellas, esas que eran mis fieles confidentes y mis eternas compañeras. No era nada nuevo, me iba al norte de la luna, para esperar la siguiente primavera, para no olvidar el calor como un bello recuerdo. Sin indiferencia, dejaba atrás el hogar, para hacer de la travesía el despegue de este avión de papel del que estoy hecha, y me marchaba, también, sin tiempo para despedidas.
Un buen augurio ejercía de amparo pues las estrellas me esperaban, así que, iba en su encuentro a pesar del miedo. Llevaba conmigo el cuaderno, para recordar el origen y no desertar en el final. La helada del destino debía acogerme, y aunque la melancolía también venía, esta vez, la esperanza se unía. Las estrellas amenizaban el papel en blanco y el vacío entre las líneas, era como si por una vez, el frío, además de ser soledad, era compañía.
Me iba al mar, sin billete de vuelta, cambiando el rumbo previsto y tirando la brújula por la borda, ése era el único plan. Y quemar los días, para calentar la hoguera mientras avanzaba la espera de que alguien viniera.
Belén Vieyra Calderoni
belenvieyracalderoni.com
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