Esta mañana veía el amanecer desde el tren. El bamboleo producido por la velocidad que alcanza el motor, el camino sin pérdida de las vías y el destino seguro al final del trayecto. Me esperaba el mar, no era una casualidad, era cuestión de tiempo que la magia se destapase, que el árbol diera sus frutos y que el universo comenzara a dejarse ver. La nimiedad del desarrollo humano evidenciado en la importancia de cada detalle escondido en alguna parte, en cualquier rincón a la vista de cualquiera. Los pensamientos nostálgicos, irremediablemente, atraviesan la herencia genética que determinó la historia que me otorgó la capacidad de existir, me recuerdan la niebla en la mañana y la necesidad de interacción con la vida. La impasibilidad del tiempo ante nuestro deterioro, la grandiosidad de un pasado que no sabe pintar un presente, el genio que desconoce sobrevivir y el trabajador que se engaña frente al espejo por miedo a mirarse bien. Extraño tantas manos, me da terror soltarlas pronto. Porque siempre lo es. Miedo, siempre atados por el miedo —que no por la falta de coraje—, miedo a perder. Parece que, al final, se trata de perder y amar: la senda a la libertad.
Belén Vieyra Calderoni
belenvieyracalderoni.com
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