Grises las mareas embravecidas,
inciertos los impulsos de sus aguas,
a cada día más enardecidas
por el cántico gris de nuestras fraguas.
También grises las nubes pasajeras,
de pubertad sus gruesos goterones,
madurando hacia un clima sin fronteras
el vibrante rugir de sus pasiones.
Y grises los vapores que la Tierra
exuda entre temblores por su piel.
Gris el humo macabro de la guerra;
gris el árbol que se funde en su miel.
Gris el plumón del fuego de la sierra
que se agita como nieve al caer.
Grises los espejismos del que yerra
y es consciente del error en su hacer.
Grises los velos, los paños, la niebla,
los filtros que llevan hacia lo oscuro.
Gris es la suerte que la inacción puebla
cuando gris es la luz hacia el futuro.
Gris la mirada que ofrece el espejo:
viviendas en ruina, campos quemados.
Gris el silbido y su horrible reflejo
al combatir de los egos armados.
¿Qué importan los montes o los océanos,
las gentes, la atmósfera, la cultura?
¿Qué importa a los ojos de la locura?
Grises las mentes que el presente azota
con un viento que agita los pendones.
Gris la razón que escapa a borbotones.
Grises y tormentosas las ideas,
turbulentos sus ardientes mechones,
ascendiendo desde las azoteas
al llanto rojo de los corazones.

Pablo Fernández de Salas
particulasdepoesia.com
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