Son el niño mudo
que aprendió a hablar por signos.
Yo, que siempre fui ciega del corazón
y analfabeta de su idioma, jamás lo entendí.
Cuesta trabajo escuchar un deseo
cuando no sabes si el mismo porta katana.
Por si corta. Silenciosa.
Callada.
También son las que dejo aparcadas
y están donde siempre:
En el carril de los sí,
pero no.
Yacen inmunes al dolor.
Como la bruma huye
al ponerse el sol.
Y con ellas pasa la vida.
Paso yo.
Sin saber si algún día
seré capaz de dejar escribir a los anhelos
para poder besarlos.
Cambiar estos versos por unos abrazos.
Cada letra por una sonrisa.
Y cogerme de la mano
como no lo hacen los que escriben.
Como lo hacen los humanos.

May Olivares
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