Mi sultana
con tu garra de león
te abres camino;
allanas el suelo.
Todo lo vuelves cantera
para erigir monumentos;
torres encumbradas
que alzas en señal de victoria.
Bebes acero fundido
directo del crisol.
Llevas en el pecho un horno
de leña ardiente
que hace latir con fuerza
tu maquinaria.
Forjas el porvenir
dejando atrás una humareda,
que pinta en el cielo
carbones encendidos;
nubarrones del crepúsculo.
Respiras ceniza,
te bañas en ella.
Su abono en la piel
te hace brotar paisajes
de flora industrial.
Tus altos fogones nunca se apagan,
de su esfuerzo florecen llamas
a todas horas,
que atizan tu afán de trabajo.
Eres martillo, anhelas dar golpes,
buscas ganarte la vida,
lucir muescas,
antes que oxidarte por nada.
La gente en tus manos
se vuelve herramienta.
Tu sol a plomo anima sus cuerpos,
evapora la pereza;
se yergue imponente cada mañana
y alumbra las labores
hasta pincharse
entre puntas escarpadas.
Tu geografía de cicatrices,
esculpió en los cerros su carácter.
Esa piel repleta de accidentes
es la silla en que se sienta
tu orgullo.
Vas a todo galope
pero:
¿Hacia dónde van tus pasos?
¿Hacia dónde apunta el faro?
¿Hacia dónde señala Neptuno?
Buscas el progreso,
pero tienes la boca seca.
¿Que importa quedarse atrás en la carrera
si estás muriendo de sed?
El futuro inalcanzable
también puede esperar.
Deja de lado el sombrero,
limpia tu frente;
retira tus botas,
remoja los pies.
Mira que tu reino cansado
necesita recostarse
a la sombra de un mezquite;
reponer su fiel sudor
con la piedad de tus abrevaderos.
Pausar la cadencia de su respiración
antes de atreverse
a perseguir de nuevo
tus ensoñaciones.
Francisco R. Garcisán
@frgarcisan
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