A veces me cuesta imaginar una ciudad gris
hasta que me atrevo a pensarla
y abro los ojos para que mis lágrimas corran lentamente
borrando los rastros de color que habitan en mi memoria.
Nací mirando amaneceres cargados de neblina
sin saber que las esquinas de mi cuna
se convertían en una cárcel que me atrapaba en sus entrañas,
hasta que las pesadillas infantiles me libraran del insomnio.
La ciudad gris siempre estuvo inquieta
sin saber lo que ocurría en sus profundidades
minadas de hombres renacuajos
que coloreaban las cloacas malolientes
hasta que la noche empedernida arrastraba sus miserias,
esas que nadie nunca más recordaría.
Me despierto entre sudores cargados de inocencia
y un títere dibuja su sonrisa en las ventanas
mientras que el techo de la habitación se resquebraja
y la quietud del cielo se ensombrece
con cada destello de luz escondido en la mirada.
Cada cuatro años regreso a mi ciudad guardiana
y sueño que sus ruinas blancas
se mezclan con la negrura del asfalto,
hasta que me duelen las sienes
y palpitan mis venas desangradas.
Crecí alimentando mis recuerdos
de uno en uno hasta la madrugada
sin saber que los desechos de mi mente
se aglomeraban en las puertas de mis ojos
mientras las moscas verdes ponían huevos en mi lengua,
y solo así es que me doy cuenta
que la ciudad murió en mi mente y jamás pude salvarla.
Kervin Briceño Álvarez
@prisonerofideas
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