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Ser alguien

—Soy muy inteligente, podría haber sido alguien si hubiera estudiado.

Yo la observo con detenimiento desde mi silla, situada al fondo de la consulta. Tiene la espalda arqueada apoyada de lado sobre el sofá. El bolso de plástico asido con fuerza por sus brazos de piel tersa y negra. Una cicatriz en forma de ancla sobre sus gruesos labios marrones. La mirada profunda y nostálgica, como un lago de turbias aguas en el que se sumergen agitados los fantasmas del pasado. A mí me parece que ella ya es “alguien”. Una mujer valiente, dulce y de una fortaleza admirable. Así que decido preguntarle a qué se refiere exactamente.

—Una persona que sepa leer y escribir, con un buen trabajo y un marido que la respete.

Se llama Khady y no sabe bien la edad que tiene. Podrían ser treinta y cinco años o algunos menos. Solo sabe que en sus documentos figura la fecha de nacimiento de su hermana. Al parecer, se equivocaron en la comisaría del barrio en que vivía en Saint-Louis, su ciudad natal, cuando fue a hacerse el pasaporte por primera vez. Estas cosas pueden pasar en Senegal sin que nadie les confiera demasiada importancia. Khady no reparó en el error, lo único en lo que pensaba era en escapar de su país cuanto antes.

Cuando tenía trece años, su padre decidió que era hora de que se casara, así que la sacó a la fuerza de la escuela y la obligó a contraer matrimonio con un señor que le triplicaba la edad. Su madre intentó oponerse, pero solo logró unas cuantas bofetadas. Desde entonces, hasta el momento de iniciar su proceso migratorio hace ahora tres años, Khady ha vivido encerrada en una pequeña casa del quartier des pêcheurs de Saint-Louis. Satisfaciendo día y noche las necesidades sexuales, emocionales y domésticas de un hombre insensible y alcohólico. Atormentada por las palizas y vejaciones diarias, un día se armó de valor y huyó de su ciudad durante una de las salidas nocturnas de su marido. No conocía muy bien a dónde se dirigían sus pasos, solo sabía que no había un lugar en Senegal donde podría sentirse fuera de peligro. Así que decidió irse más lejos, tomando para ello una desgarradora decisión. Se vio obligada a dejar con su hermana a su única hija, con la esperanza de volver a buscarla cuando el mundo doliese un poco menos.

Khady creía que emprendía un camino de libertad, pero en su recorrido por Mauritania y Marruecos encontró ojos que juzgaban, bocas que ultrajaban y manos que golpeaban. Como en su pequeña casa en Saint-Louis. No fue fácil, pero nunca dejó de caminar. Tras años de lucha, finalmente un día logró llegar a Gran Canaria, en una lancha abarrotada de muchos otros que sentían el agua más segura que la tierra. En ese momento, entendió que un nuevo comienzo era posible.

Ahora Khady me dice que le sangra el corazón cada día. Sin embargo, prefiere que no abordemos la elaboración de sus experiencias traumáticas. No entiende muy bien mi figura ni qué significa el apoyo psicológico. Ella solo quiere trabajar. Y traer a su hija a España para que pueda estudiar. Dice que así, algún día, al menos ella sí que podrá ser “alguien”.

Laura Carrillo Palacios
@laia_bonheur
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