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Una madre y la muerte

La madre lo acunó en sus brazos para darle calor. Hacía un mes que el frío le había agarrado desde las costillas, y el catarro no salía. Un arrorró áspero brotó de la garganta de la madre, cuyos ojos se habían convertido en dos heridas que miraban el vacío. Solo los pechos contemplaban a la criatura que devolvía una leche rancia que no engullía. La canción se fue cayendo de su lengua letra a letra, clavo a clavo. Lo apretó contra el pezón exangüe y lo zarandeó para que supiera que ella seguía ahí, que ella siempre estaría ahí. El arrorró se convirtió en una letanía. Los brazos, dos barrotes a la luz de la noche, se convirtieron en garras que aprisionaban al bebé para que no oliera la noche, para que no oliera el fin. Los pechos derramaban leche con sabor a cal. Colocó la naricilla y la boquita entre el cuello y la clavícula, y lo apretó. Gritó, pero la noche apagó la voz como una colilla en el cenicero. Lloró, pero un perro la llamó. Lanzó un último grito y se hizo el silencio, pero ella seguía ahí, ella siempre estaría ahí.

Elisenda Romano
@elisenda.romano
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