La noche, la soledad y el silencio alargan las horas y las calles. Camino rápido tratando de controlar el pánico, que aumenta al comprobar que no es la sombra la única que me sigue. Sin disimulo cambio de acera contando las calles hasta la portería, confiando que el vigilante no esté dormitando en el baño. Escucho más cerca sus ruidosas pisadas, así que aprovechando el impulso para saltar un charco continúo con un trotecito nervioso mientras el perseguidor remeda mis movimientos. En la distancia diviso a un par de espectadores.
¿Y si grito pidiendo ayuda? Aún están lejos. Sería peor. Del trote paso a la carrera, al tiempo que me doy ánimo con un par de insultos. ¡Llegamos frente a la portería simultáneamente!
—Casi no le aguanto el paso y yo con ganas de caminar acompañado en estas peligrosas calles del barrio—, me reclama agitado.
Vecino huevón, juré que hoy si me atracaban.