Aunque el arrebol
asome su ígneo
pero delicado
rumor de amapola.
Por mucho que el mar,
llorado en sí mismo,
siembre en toda ola
su fe insobornable.
O el viento, insaciable,
sus velas de éter
que al quetzal someten
ice, puerto a puerto.
Lo cierto es que el tiempo,
jamás se demora,
y tras todo «ahora»
cuanto «es» se deroga:
es «fue» lo que otrora
fue «es», aun si el aire,
las aguas, mil soles,
no cuenten sus horas.

Antonio Ríos
@antoniorios.poesia
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