La delicada planicie
de la luz en los cuerpos sudorosos,
ávida estación de la inocencia,
en la honda serranía,
en el íntimo cartílago del deseo.
El ansia que devora,
que mutila la pupila,
arqueológica enredadera del éxtasis,
junto al torrente seminal,
en el borde de la espuma,
al pie de los álamos en cinta.
Sobre la honda herida del labio,
la carne enciende sus olivos tenaces,
el efímero esqueleto del quejido,
que se hunde entre los altos trinos
de pájaros que hunden sus picos
en el laberinto sin voz de los amantes.



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