
Este relato sobre rutina laboral fue creado en el marco de los retos semanales internos del colectivo y fue elegido como el ganador por los demás miembros.
Mi ventana apunta al norte así que soy el lugar perfecto para una planta como el ciclamen; siempre quise una flor, pero ningún humano jamás trajo ninguna. Me he resignado a la desnudez de mis cuatro paredes entre novecientas paredes vecinas. Es decir, soy un rincón del gris. Es decir, soy una pieza del engranaje.
Es decir, si hubiera sido una casa, a veces cesaría mi frío metálico que recuerda a las manecillas del reloj. Más precisamente, al paseo de las manecillas por el reloj.
De noche la luz amarillenta zumba perezosamente. Después, el amanecer como un péndulo. Después, el bochorno brumoso del café de varios días. Después, las caras huecas adheridas a un nombre hueco adherido a un número de cifras huecas. Después, el rumor aletargado de las teclas y el estruendoso silencio impaciente. Después, la prisa y la prisa y la prisa. Después, la luz amarillenta que zumba perezosamente, ¿antes, o después? Siempre después y siempre antes.
Seis personas me han ocupado y solo cambiaron sus ojos. Es decir, su edad era la misma. Es decir, su cansancio era el mismo. Mi ocupa actual es una joven que sonríe demasiado. Creo que se llama Laura. Es decir, tal vez no se llama Laura. Es decir, da lo mismo. Pero sonríe demasiado, ¿antes o después de todo lo otro?
Es decir, sonríe entre el bochorno brumoso del café. Su cara se va quedando hueca, y su nombre se va quedando hueco y el número tiene más cifras huecas. Es decir, la sonrisa de Laura y el estruendoso silencio que conozco se pelean.
Laura murió de vieja. Es decir, ¿cuánto tiempo ha pasado? Tantos años ocupándome y ella tampoco trajo el ciclamen. Pero sonreía. Y los demás se detienen ante mi puerta y susurran: esta era la oficina de Laura.

Emma Calderón
@emmaland_m
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