Un grupo de jóvenes camina por la calle, desde aquí los veo, y sobre sus miradas y sonrisas elusivas, cómplices o decididas, pienso un desconocido hilo, ¿quién lo tenderá?, ¿quién lo cortará?; de nuevo veo el grupo, en sus sombras imagino que algo que acecha, en mi mente concibo un latido y unas manos que cada vez se expanden más.
Los cuerpos se alejan, los cuerpos se acercan, las palabras se dicen, las palabras se callan, los pensamientos nacen, los pensamientos mueren, cada quien contempla desde su propia esquina, y este baile sigue, y este baile sigue…, ¿quién podrá pararlo?, ¿quién podrá negarlo?, ¿quién podrá torcerlo?, ¿quién habrá que no sea un compás de este baile?
Una habitación del backstage con cinco jóvenes, unos recuerdos tal vez ciertos, una raya sobre el móvil; uno de ellos escucha y piensa «estos sueños que parimos ya muertos… ¿hay algo de bello en todo esto?, ¿y alguno de nosotros lo ve?, ¿y por eso tiene sentido esta gran voz que todos conformamos?»; una esperanza desconocida pero acertada, el vodka sobre la mesa.
Un gesto que en un instante ha muerto, ahora solo una ficción de la memoria.
Un palpitar, unos huesos que tiemblan, unos músculos que se tensan, unos ojos que se ensanchan, un jadeo, todo cesa.
Alguien se abre paso entre el gentío en una sala de discoteca, los carnales pasillos y salidas de la multitud se cierran, se abren; la mirada de ese alguien se alza a mirar un espejo y la última visión de otra persona se desvanece tras las cortinas.
Una ventana roja que una figura guarda, un vestido carmesí y negro, labios mordidos por la duda, unas palabras jamás atendidas que ya se extinguen.
Una llamada telefónica mientras él da una vuelta al edificio, algunas promesas.
Una azotea, zona de transición; unos perfumes que vienen, que se confunden, que se van; una urdimbre de pequeñas tragedias, un instante.
Un cuarto completamente negro; en una esquina, alguien con el rostro derrumbado sobre las manos, su cuerpo que apenas las sombras habitan.
La sombra total de la noche sentencia como una gran campana.
Alguien sentado en una esquina con la cabeza entre las rodillas, desde aquella esquina baja una escalera hasta una puerta donde hay otro alguien yéndose, en mitad de la escalera una persona extiende las manos hacia las dos figuras; la puerta está ahora vacía, la figura de la escalera se revuelve en su sitio sin saber qué hacer, aquel en la esquina sigue hundido en sus rodillas; tan solo resta la figura de la esquina, y esta alza la cabeza y en sus pupilas se reflejan otros colores, ¿quién le está tomando de la mano?; ya no queda nadie.
La calle silente y conclusiva, los gatos que rondan el silencio, nadie que entró vuelve a casa (tal vez otros con el mismo hábito).

Jaime Calaforra Arranz
@jcalaforraarranz
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