Lo que no empieza no acaba, ¿será que sin dormir no habrá uno por la mañana? Yazco y plazco tumbado en la cama, miro al techo, me miro a mí y regreso a la almohada. No quiero alzar la cabeza, no quiero mirar la mesa. No quiero mirar, pero miro; no quiero escribir, pero escribo. Los fantasmas del pasado son el monstruo del armario, la lechuza de Minerva alza el vuelo en solitario. Abre los ojos y me observa, me observa en la oscuridad; bate las alas y me embiste como un sueño de la razón. Donde perece el fuego del ingenio ante el designio del corazón, aquel lugar en que tú una vez me quisiste explicar que nada es importante pero todo es necesario. ¿Dónde queda ese lugar agazapado en la penumbra de una noche en vela entre las ciento veinte de Sodoma? ¡Qué hiciste tú, diosa de la noche, agazapada en los mil y un reproches de una silla, ropa sucia, silenciosos vozarrones y ásperos telares reducidos a jirones! ¡Qué hiciste tú, sombra del ego, para tentarme con las pieles de la osada selenita en su extraño juego con la sexualidad de un hombre! ¿No será que la anclaste con mazos y cinceles a un pasado aciago que se cierne sobre el presente? ¿No será que es el futuro al que temes y es él quien se te bebe como una chispa valencia que prende y arde en Sant Joan? Miedo el que me despierta del nocturno soliloquio a las 4 a.m. en algún lugar entre el ayer y el mañana. Miedo el de mis entrañas que me obligan a devorar mi almohada en una tentativa de mis años de bulimia. Miedo el de estas uñas mías que sobreviven sanguinolentas en un par de injertos y media raíz. Miedo el del blanco de mis sábanas y mi piel, que enrojecida teme tintarse de la sangre derramada en el octavo conticinio de un tiempo sin espacio. Un tiempo que se ahoga, que muerde la hoja de coca e hipnotiza a la boa escondida entre las sombras. Esos tentáculos serpentinos que hunden mi dignidad, mi integridad y moralidad en una espiral dadaísta destinada a nunca empezar.

Poeta de luna
@poeta.de.luna
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