Iris y Astralina

En un éter inmaculado y efervescente, imbuido de la sinfonía cromática de un prado exuberante, aconteció el nacimiento simultáneo de dos mariposas, que del mismo capullo emergieron en un mágico compás. La primera, por la lluvia llamada Iris, ostentaba en sus alas irisadas una amalgama de tonalidades rosáceas y áureas, reflejo de su delicada naturaleza. La otra, a quien el aire bautizó Astralina, desplegaba en sus alas elegantes un degradado de azules celestes y argénteos, cual luminiscencia nocturna.

Desde el inicio de sus días, Iris y Astralina compartieron una simbiosis singular, un lazo que trascendía lo terrenal y las confinaba en una conexión íntima y fraternal. Juntas, emprendían cotidianos periplos por el prado, embriagándose del néctar más dulce de las flores más lozanas. Con danzas enfebrecidas, se enredaban entre los lirios y las margaritas, extrayendo el delicioso alimento con la exquisitez de dos expertas catadoras. Riendo con efusión, llenaban de alegría el umbral del prado y entretejían narraciones sobre las maravillas que colmaban sus excursiones.

En contra de la suerte que compartían, un fatídico día, un vendaval intempestivo arremetió en desatinado impulso y, con hostilidad, separó a las aladas amigas. Desorientadas y atribuladas, emprendieron en solitario la búsqueda del camino de regreso al hogar, mas el prado se tornó un laberinto inescrutable y las flores, cambiantes en su disposición. Cada mariposa, absorta en desvelo, rastreaba tenazmente la huella de la otra, sufriendo y añorando la comunión que solo en mutua presencia podían gozar.

Un cúmulo de días pasó y, sin desfallecer, Iris y Astralina continuaron su ardua pesquisa. Toparon con otros insectos afables que, con altruismo, ofrecieron su socorro y bondad, aunque el ansia por la reunión era supremo, superando en intensidad cualquier pensamiento que pudiese alguna destinarle al arrope que estaban recibiendo en el camino. Cada una sabía, internamente, que a pesar de las distancias, la sinergia de su amistad perduraría intacta, y sobre ello reflexionaban en sus respectivos vuelos de diferente trayectoria mas misma intención.

Tras tanto tiempo de exhaustiva búsqueda, de repente, un día como podía haber sido otro, mientras el sol engalanaba el horizonte con pinceles dorados y cálidos, las dos mariposas se hallaron en un extenso prado de flores silvestres, distraídas, en frente la una de la otra. Un torbellino de alborozo colmó sus ojos y, sin dilación, se enlazaron en un abrazo de frágiles patas, compartiendo un vuelo jubiloso por los aires.

Reunidas, Iris y Astralina compartieron sus relatos y aprendizajes adquiridos durante el tiempo que habían permanecido separadas. Consciencia adquirida de que la vida, en ocasiones, recorre caminos inesperados, reafirmaron que su amistad se erigía impertérrita como el mismo jugo azucarado que las nutría.

Desde aquel instante, se convirtieron en las inseparables camaradas de vuelo que lucharon por ser. Juntas, diariamente, en un compenetrado binomio, avistaban néctar, enfrentando los desafíos y las sorpresas que la naturaleza les brindaba. Así, florecía en pleno esplendor su amistad, irradiando en el prado la belleza de su amor mientras danzaban entre las flores, dejando en su estela un rastro de dicha y júbilo que reverberaba en la esencia misma del prado en el que nunca habían dejado de revolotear.

aurora hernández escritora poeta

Aurora Hernández
@liveaboutit
Leer sus escritos

Una respuesta a “Iris y Astralina”

  1. […] el relato Iris y Astralina, por ejemplo, podemos ver cómo se incorporan elementos típicos de las fábulas clásicas, como el […]

    Me gusta

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Búsqueda avanzada

Entradas relacionadas