Como el que encuentra agua en pleno Sahara,
así me miras
y así me empiezas.
Despacio para que no me acabe.
Y te pierdes en mis curvas
como en un oasis.
Con las mismas ganas
que cuando estás sediento.
Y ansioso de mí,
te acercas con hambre en los ojos
e intención de devorarme.
Y quién soy yo para negarle
el placer al hambriento.
Me dejo llevar por lo que sucede
entre tus dedos y el vértice de mis piernas.
Porque no hay mayor experto
que el que encuentra sombra entre las dunas.
Y cuando arqueo la espalda pidiéndote más,
es tu lengua la que busca refugio en el desierto.
Y lo encuentra.
Y entra.
Y en ese momento la arena se vuelve agua.
Y te empapas.
Agarro con fuerza las sábanas y te zambulles sin hacer pie,
con la única idea de hundirte del todo en mí.
Te ahogas y pides clemencia,
porque quiero dejarte sin aire entre mis muslos.
Y conjugar contigo el verbo follar
en todos sus tiempos.
Te dejas llevar por lo que sucede
entre mis uñas y tu espalda.
Porque no hay mejores marcas
que las que deja un mar embravecido.
Y ansiosa de ti,
me acerco con vicio en los labios
e intención de devorarte.
Y quién eres tú para negarle
el calor a un invierno.
Como el que encuentra un tesoro en el océano,
así te miro
y así te toco.
Rápido, para que acabes.
Y para que,
tras reinventar desierto y mar
entre gemidos,
sea al fin
tu sexo el que claudique.

Irene Chiquero
@nenescritos
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