El Mediterráneo teje
con su urdimbre de espumas
blancas y acaracoladas
los volantes de las faldas
ocres del acantilado.
Con sus piñas enjoyados
una miríada de pinos
de Alepo asoman sus verdes
ramas y su tronco tuercen
en onda genuflexión.
Por las arterias de un viento
de Levante diluido,
con su diapasón en celo,
el canto de las cigarras
enmudece los silencios.
Cielo y mar y mar y cielo.
Son las peregrinas nubes
testigos de esta efusión
de azules. En Cabo Negro
a morir vienen las olas.
Seducen las posidonias,
con su cadencia de brisa,
al Montgó que, en su atalaya,
como un rey con sed de sal,
vendió su imperio a las aguas.

Antonio Ríos
@antoniorios.poesia
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