Sueños vegetales

En ocasiones, Lea decía que era un árbol. Sentía sus pies enraizarse en la tierra y su cuerpo se tornaba rígido como el tronco de un arce. Podía escuchar el ju-ju de la savia circulando por sus vasos leñosos y el ras-ras de la corteza acariciada por la brisa de verano en la Dehesa de la Villa. Decía que no tenía brazos sino ramas y las alzaba por encima de su cabeza, extendiendo sus dedos para que pájaros imaginarios se posasen con delicadeza. «¡Ojalá un día aniden los mirlos!», decía, «¡Me muero de amor con sus polluelos!» Pero los mirlos nunca hacían nido. Ni los gorriones. Las ardillas no se le encaramaban. Ni tan siquiera los topos escarbaban el suelo que la rodeaba. A quienes sí sentía era a los gusanos. Eran blancos y viscosos y le hacían cosquillitas en las hojas y en la madera más tierna. A veces le gustaba y a veces se ponía de mal humor. Entonces el arce se convertía en sauce, el sauce en arbusto, el arbusto en musgo y el musgo en polvo que se deshacía entre las manos. Lea volvía a ser Lea y el juego acababa, a no ser que de pronto se sintiera corzo o liebre y se pusiera a trotar alegremente entre el follaje del parque, escondiéndose de los depredadores o de los rifles que sospechaba podían estar apuntándola en aquel momento de dulce libertad.

laura carrillo palacios autora escritora

Laura Carrillo Palacios
@laia_bonheur
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