El esperpento espera
ardiente a la muchacha,
son las 3:00 en Mercaderes
la gente ríe,
canta,
bebe.
Coches de colores, amontonados
azota viento los cuerpos
la arena en mis labios
la sal me despierta.
Callejones estrechos
es el azul claro
todo lo envuelve,
al final un muro
y aparecen los ojos
verdes
de un gato salvaje,
salta el muro de ladrillo
rojo.
Y ya no lo veo.
En la calle Mercaderes
se ha hecho el silencio
oscuro.
Un toque de tambores estremece el aire.
Alguien suda,
mira,
gesticula.
Un pequeño mar amargo se deposita entre sus pechos
que me acerca.
Me vence un olor,
un canto extraño,
unas manos que saben tocar.
Las calles se desdoblan,
fragmentadas por varios vasos de ron.
Hay algo barroco en subir esta escalera apuntalada,
bailándole a Oshún,
riendo de cosas que no recuerdo,
mientras me rodea un áspero aroma de abrecaminos.
El gato vuelve, me mira fijamente.
Pero ya no lo veo.
Demasiado baile,
demasiado ron,
demasiada sal,
demasiada ciudad.
Pero aquí me quedo deambulando embriagada,
riéndome de cosas que ahora sí recuerdo.
Y el llanto amargo como un limón pasado
se desborda por mis ojos,
verdes.
Son los recuerdos del pasado
que no me dejan avanzar
es por eso que transito Mercaderes.
Son las 7:00 hora de sol ardiente
en mi cara, mi cuerpo, mi voz.
Amanece.
Y el trasiego de la gente, de la rutina
de los coches amontonados
de las conversaciones cotidianas,
me devuelve al presente,
vuelvo a caminar.

Roberto Garcés Marrero
@rgmar84
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Natalia Sola
@nataliacabanillassola
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