Un 11J

La iban a matar. Lo descubrí antes de que todo pasara, pero fue tanto más duro así. Podría decirse que mi nueva consciencia no haría diferencia. Creía parecerme mucho a ella, hasta que otra vida estuvo en juego. Hubiese preferido quedarme en lo taciturno de mi ignorancia. Tal vez no saberlo hubiera mantenido a raya mis temores.

En los inacabables tiempos de un país en dictadura, la política gubernamental era arrasar con los revoltosos y la situación estaba cada vez peor. Ya ni en nuestras casas nos encontrábamos seguros. No podía perderla. Yo lo sabía. Todo terminaría con su muerte. No había escapatoria posible; no había perdón para los guerreros.

Por poco la cogen en la última protesta, pero que escapara ese día no quería decir que hubiese escapado de su destino. No. Sus días estaban contados y ya ella comenzaba a sospechar. Aun así, no le importaba. Un día todos nuestros temores se hicieron realidad; vinieron a buscarla.

Fue un 11 de julio. En ese punto todos sabíamos lo que sucedería. La iban a matar; las ideas no siempre son inmortales como se suele creer románticamente. Pero Abril no lo permitiría. Antes prefería el suicidio -solo el suyo, el propio, el único, el de la intelectualidad universitaria, el de la juventud fiera-. Así descubrió el valor de la hipocresía en los tribunales y lo que el “miedo creíble” es capaz de hacer ante un deceso inminente del espíritu revoltoso. Contábamos las horas que faltaban, pero queríamos que no llegara el momento. Murió y renació el mismo día del juicio; entró Abril, y salí yo…

Un día, mucho tiempo después, olió desde la lejana diáspora el infernal azufre que el hambre deja en las calles. Lloró, gimió, gritó, ahogó sus dedos de tinta entre el abrazo potente de aquella otra vida.

No volvieron los perros a buscarla.

Dany Perag
@danypera2707
Leer sus escritos