La botella ya no existe. El cristal se descompuso con las lágrimas y ahora es carne de marisco. Quedaron las letras tatuadas en el agua. Los relámpagos presos en el esmalte de los dientes. Los ojos de plástico; la boca de nostalgia. Decir ‹‹adiós›› es como arrancarles las agallas a los peces, contemplarlas y recordar que la respiración es el castigo que impone la tristeza. El hambre de mañana que flota sobre el mar.

Octavio Castillo Quesada
@o.castilloquesada
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