Lucha

Ya no me explotan las palabras en la cara, no me violentan, no me atacan. Las veo hundidas en un valle y no logro alcanzarlas. Entre dos cañones rojizos caen y gritan. Las oigo, las observo. No puedo intervenir y ofrecerles mi mano. A veces creo que ese destino se los he otorgado yo. Qué pena ser responsable y no tener voz ni voto. Me da vértigo mirarlas a la cara. Aun así eso sí que me atrevo a hacerlo. Me da mareo y no me importa. No soy capaz de distinguir ninguno de sus rostros. Me confunde pensar que tienen uno, pero sé que ahí están todos y cada uno de ellos, porque yo los encaro. O al menos hago el amago la mayoría de las veces.

Me atrevo a decir que me faltan gafas. Se me seca la mirada y la descanso unos segundos. En nada vuelvo a buscarlas. Y una vez más, no me explotan las palabras en la cara. Me vuelvo a dar cuenta. No hay manera. Ojalá en unos de esos días donde me aprieto y araño el blanco de los ojos, con la arena que me trae el viento precipitado, venga una y me tire hacia abajo. Sin solución. Ahí ya podríamos pelearnos como siempre, de tú a tú. La lucha sería justa y no me estaría volviendo loca. Ya lo estaría. Qué placentero.