cuento sobre espionaje amor aventura crítica social información secretos

Vacaciones en Taiwán

Las calles están atiborradas de gente. El ambiente es asfixiante, tanto que resulta hasta un cobijo. No sé muy bien cómo tratar a Ling, se me hace extraño. De momento, vamos agarrados de la mano. Está clarísimo que no pertenezco y que no domino lo que me gustaría esta cultura, pero me da miedo que se me vea demasiado incómodo. 

Realmente sigo sin entender cómo Ling y yo nos compenetramos tan bien. Parece que leyese mi mente: me agarra del brazo, lo abraza y se acerca a mí, da un suspiro de paz. Venga, me atreveré. Coloco un brazo alrededor de su cintura. Ella se acerca un poco más y apoya su cabeza en mi pecho, como una afirmación de que mi gesto es bien recibido. Ahora sí parecemos una pareja de turistas enamorados o una nativa que trae a su novio extranjero a conocer su ciudad. Hablamos en inglés, es más fácil así. Aunque mi chino es bueno, nos podríamos entender bien.

Nos mimetizamos bien en el ambiente. Los vendedores ambulantes nos revolotean como moscas, algunos niños se nos acercan con la mano extendida y los anuncios con colores chillones en neón parecen brillar más fuerte para nosotros. Será mi imaginación, supongo. 

Ling nos lleva por las calles más bonitas, así parece que no sabemos hacia dónde vamos o que estamos intentando disfrutar del alma caótica y colorida de la ciudad. Ella me insiste en que me ajuste bien la gorra mientras sigamos en esta zona. A medida que nos acercamos a Tainan, Ling afloja la presión contra mi cuerpo. Poco a poco, vamos volviendo a ser amigos (bueno, algo más distante e intrincado que la amistad, un vínculo más fuerte). Mi incomodidad se va desvaneciendo, aunque me sonrojo un poco al ver una mueca de diversión en su rostro: está claro que le gusta el juego. Vemos a una patrulla de policía; nos miran fijamente por un momento. Ella se me pone de frente con una sonrisa coqueta, me da un beso lo suficientemente corto para no incomodarnos más, pero lo suficientemente largo para que sea creíble. “I love you”, me dice. Respondo igual y le acaricio el rostro con el pulgar. Los policías se alejan. Ella me conduce suavemente por unas callejuelas, sin mirarme, y llegamos a la entrada de Tainan. 

Tainan es uno de los barrios más antiguos de la ciudad. Los vecinos hicieron unas protestas descomunales, gracias a las cuales es el único barrio en que no han conseguido colocar cámaras. Al menos esa es la leyenda. Aun así, a la entrada del barrio te reciben un montón de anuncios con ojos pintados. Te sientes más observado que en el resto de la ciudad, auténticamente observado. Ling se mueve, se acerca a un adolescente de unos 15 años. Ella me presenta como su “novio”. El chico, al que ella llama “hermano”, le dice que soy más guapo que el anterior y le dice algo en un dialecto que no domino. Ella se sonroja tanto que él no puede evitar reírse a carcajadas; apenas ella se calma, le pregunta con firmeza dónde está “papá”. El chico señala una puerta entre varios carteles de ojos. Ella me arrastra hacia allí sin mirarme a los ojos.

La visita es rápida. Esta vez no hay presentaciones. Ling me hace una señal para que saque los brochures y los USB. Una madre y su hijo pequeño, detrás, colocan otros USBs en bollitos de pan que envuelven delicadamente en papel marrón. Ling le da al viejo una pincelada rápida de las noticias de occidente. El señor, con un inglés impecable, me da las gracias por mis servicios. Nos quedamos unos minutos más, el tiempo que dura tomar una taza de té. Luego, volvemos a salir. Ling y yo vamos callejeando. 

La noto con más prisa. Volvemos a entrar en el distrito moderno, nos sumergimos en el mar de personas. No sé en qué momento pierdo la mano de Ling. Se hunde entre las personas. Intento buscarla, pero no puedo. La marea humana me arrastra. Sé que si grito, si lucho, si la busco, ellos ganan. No puedo permitir eso, Ling se volvería loca. Me dejo llevar. No sé en qué momento me llevan a un taxi. El taxista no pregunta nada, simplemente conduce. Pese a mi shock, puedo ver la ciudad hacerse cada vez más pequeña y el aeropuerto perfilarse cada vez mejor.

Me dejan en la puerta. El conductor extiende la mano hacia mí. Le doy el dinero que llevo en el bolsillo, ni siquiera miro lo que marca el radar; tal vez le he dado todo lo que me quedaba, ni lo pienso. El hombre se va sin mirar atrás. Estoy aquí, sin maletas, sin un vuelo, sin Ling para despedirme. Voy al mostrador y compro el primer vuelo a Londres, sale en dos horas. Tal vez haya suerte y Ling me escriba algo en ese tiempo, tal vez me cuente alguna anécdota jocosa o me pelee por haberme ido sin despedirme. Mientras, para matar el tiempo, voy intentando leer una revista mientras intento retener las lágrimas. 

Sabrina Feliz
justlittlerandomwritings
Leer sus escritos

Una respuesta a “Vacaciones en Taiwán”

  1. Me alegra haber tomado el tiempo para leerlo. Por fortuna, de alguna manera los correos se repiten en distintas operadoras. En una de llas ya te había borrado sin pasar de las dos primeras líneas. Otra vez, agradezco a la casualidad de que todavía existieses en una segunda web. Es bueno

    Le gusta a 1 persona

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Búsqueda avanzada

Entradas relacionadas