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Un hijo no puede quedarse

Me gusta observar a los ciempiés que se pasean por la casa hasta enroscarse en algún punto del suelo, como queriendo salvarse del mundo. Esta mañana vi dos en la cocina, uno más grande que el otro: parecían madre e hijo. Decidí caminar con la cabeza gacha, cuidando no pisar a ninguno, hasta que en un momento de descuido, mientras sacaba la basura al camión del aseo, pisé al más grande sin querer.

¡Pobre pequeño! ¡Se quedó solo!
Pude verlo refugiándose en sí mismo
como un caracol.

Quise protegerlo, acompañarlo, ay, abrazarlo, pero pensé en todas las veces que mis tías se hicieron cargo de mí y yo igual me escondía bajo la cama, esperando que mamá dejara de hacerse la muerta para venir a buscarme; pensé también en la palabra casa que se me confundía con infierno, porque la boca de “mis hijos son míos” era la misma que decía: “no vengas a buscarme por tu cuenta, esto queda en el infinito”.

Entonces me acerqué y dejé caer mi pisada sobre él. Sentí el crujido en mi estómago, sus restos de ciempiés embarrando el suelo, su espiral rota.

Lo hice para evitar su dolor.
Porque cuando una madre muere, un hijo no puede quedarse.
(No puede).
Vivo.

Johan Reyes
@johandosreyes
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Una respuesta a “Un hijo no puede quedarse”

  1. me gustó como expresas tu interior. Sigue escribiendo, un abrazo grande desde Quito, Ecuador: Fernando Serrano

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