Me he mirado al espejo,
pero no sé qué veo:
gestos hechos costumbre.
Las palabras, simplemente:
vacíos al aire, oquedades
que solo rellena el eco.
Hace mucho, quizás,
volverán a ser algo,
volverán a tener capas,
volverán a ganar peso.
Ahora mismo, por el contrario,
únicamente siento en mi piel
una invisible capa que me ahoga,
sin presión, perdido.
Las horas, sin querer, se diluyen:
desaparecen, mientras una voz,
callada, susurra algo sin códigos,
indescifrable: una forma diferente
de ser, de existir, sin ruido.
No es predecible, pero se intuye
veraz, genuino.
Salto a algo que está hueco,
cargado de piedras.
Algo me mantiene atado,
sin poder hacer nada,
a la tierra.
Urgencia en el pecho
de respirar de una manera
distinta, nueva;
de dejar ir, de soltar lastre
y lo que ya no sirve.
Un grito sin nombre,
ni forma, ni firme.
Esperar esa necesidad
en mutis, a que la luz
se cuele por la ventana;
antes de que el día estalle,
antes de algo implosione,
antes de que todo cambie.
Parar de habitar las sombras;
por fin acabar,
porque nunca fueron cómodas.
Esperar el momento
en que el miedo se disuelva
y mirar de frente,
a pesar del viento.
Porque hay que mutar,
transformarse.
Porque la verdad reside en eso;
porque la vida es movimiento;
porque el agua se pudre
inevitablemente si se estanca.
Sigamos fluyendo.

Carlos Vera
Blog de Carlos
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