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Vacío interior de bus

El transporte público es un espacio de tránsito, pero también un escenario de soledades compartidas. El bus, lleno de cuerpos que se rozan sin verse, es una metáfora de la distancia emocional que atraviesa nuestras ciudades.

El reloj marca las 4:05 de la tarde. Pararemos, en este caso, el bus 593. Este trayecto se extiende desde el Portal Norte hasta el Portal Sur de Bogotá (Colombia), abarcando una distancia considerable que puede durar entre 30 minutos —en condiciones óptimas— y hasta una hora y veinte minutos en momentos de tráfico intenso. Nos subimos, pasamos la tarjeta por el monitor y luego, atravesamos el torniquete. Hoy nos rodean estudiantes de colegio, algunos trabajadores en trajes y corbatas y, uno que otro adulto mayor. Hay capacidad para que 40 personas vayan sentadas. Tú, quien lee, y yo, quien observa, ocupamos una silla ahora. El bus va avanzando y, así mismo, se va llenando. No obstante, a pesar de la multitud, la mayoría de los pasajeros parecen sumidos en su propio mundo. Todos vamos igual a excepción de dos jóvenes que hablan entre sí. Están sentados en unas sillas al frente de nosotros. Uno de ellos es un chico de no más de 20 años. Trae consigo maleta en sus piernas, gafas doradas, audífonos negros en su cuello y un buzo blanco. La chica, al contrario, no puedo ponerle menos que 22. Un mechón rojo en su cabello negro, un piercing en su nariz fina y unos ojos oscuros como su maquillaje acompañan al chico. Juntos, son los únicos que ambientan el sonido de todo el lugar. 

De afuera no se escucha nada; debe ser por los gruesos vidrios que tiene el bus. ¡Qué bueno!…, y qué pena. Bogotá es una ciudad interesantemente bulliciosa. Suele haber mucho ruido por los carros que pitan en medio de cada trancón o por personas que, en ocasiones, se suben a cantar y vender aquí. Sin embargo, hoy ese no es el caso. Es más: es extraño porque, aunque no hay más sonidos permanentes como la voz de aquellos dos, su conversación se pierde en el viento. No llegan a mí bien sus palabras. ¿De qué tanto ríen? ¿Qué tanto le hace la chica a él en su cabello? Ese contacto, tan sutil, ligero y nervioso, solo puede significar una cosa: le atrae. ¿Será mutuo? 

—Ay, esos dos… —La señora de mi lado parece que dejó el celular hace unos segundos y ahora contempla lo mismo que yo —Ya uno no puede amar así —termina por decir.

—Sí… —digo como a quien realmente le duele lo que escucha.  

Aunque, ¿por qué dije ‘sí’? ¿Por qué uno ya no puede amar así? ¿Será que la señora viene de vivir un amor frustrado? ¿Recordó, acaso, a alguien con esa escena? Vaya, ¿cómo es que solo me limité a decir —sí— cuando en verdad no tengo ni idea de qué es lo que estoy afirmando? 

La señora no deja de mirarlos mientras les sonríe. ¿Cuántos más estarán aquí mirándolos? ¿Cuántos recuerdos no pasarán por su mente? ¿Ellos serán conscientes de cuánto llama su atracción? El amor, si es algo presente, siempre llamará la atención y yo culpo a la memoria. La memoria que busca siempre recordar cuando en paz se sentía. Verlos a ellos es como verte a ti mismo en un momento de tu vida. Uno, dos, tres… vaya. Por cada risa, más ojos los miran. 

La señora de mi lado se pone en pie, presiona al lado de la puerta un botón rojo e, inmediatamente, el bus se detiene. Ahí se va la única persona que podía haberme ayudado a entender por qué ya no se puede amar así. Bueno, en fin, el asiento de al lado donde ella iba es ocupado, rápidamente, por una chica. 

Silencio.

Silencio. 

Silencio.

¿Por qué llegas a ellos? Ahora ambos no hablan más y todo el bus revela el vacío del resto de nosotros. Unos miran hacia la ventana, otros miran el celular…, otros tantos, en cambio, miramos al interior. Al lleno e, irónicamente, vacío interior del bus.

La pareja —si es lo que son— se levanta, presiona el botón rojo y se baja. El bus ahora queda más desolado que nunca con unas 50 personas a bordo. Todos guardamos silencio —quizás todos sepamos que allí se fue la vida—. 

Igual, descuiden, no queda duda de que, al bajarnos, recuperaremos parte de ella. Después de todo, en este ‘vacío’ bus todos se pierden o se encuentran. Puedes olvidarte de todo, si así lo quieres, o sumergirte en lo que vives, si así prefieres. Lo que es seguro es que la vida se aleja al subirte, pero regresa —como un combate al que debes acudir— con bajarte.  

Esto fue todo por hoy, 

desde la silla 22, Bogotá.

natalia rico medina escritora poeta

Natalia Rico Medina
@writeondandelions
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4 respuestas a “Vacío interior de bus”

  1. Me encantó como plasmaste la realidad de una situación tan cotidiana, pensaré en tu escrito cuando aborde el transporte público.

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    1. Una excelente descripción de los que se vive en los articulados, cada persona se encierra en su mundo, los que da la sensación de uno va solo a pesar de que el bus va lleno

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    2. Avatar de Natalia Rico Medina
      Natalia Rico Medina

      ¡Gracias! Será un gusto saber qué historias le envuelven en su regreso a casa.

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  2. Muchas gracias por el paseo, Natalia.

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