Durante años mi nombre
fue piedra en la lengua,
mientras yo callaba:
una losa no elegida.
Cosido al cuerpo.
Carente de significado.
Únicamente
con expectativas.
—Jamás con prerrogativas—.
Uno que hicieron tragar
a pesar de las arcadas.
Pero tenía otro
esófago abajo.
Uno que escribía
suavemente
en sueños
y servilletas,
en las paredes
del baño.
Más real,
más propio,
que sobresalía
en el vaho
de los espejos,
despacio…
Secreto paciente,
ardiendo por nacer.
Por fin,
—ahí entendí la Biblia—.
la palabra se hizo carne
susurrada en el viento.
El aire cambió.
Y los árboles aprendieron
a pronunciar sin errores.
Y la luna no preguntó.
Me abrazó cual hija;
de repente, reconocida.
Lo repito cual conjuro
que me fuerza a existir.
Y mi piel florece
sin aviso previo.
Sin perdón,
ni exactitud.
Mi escudo,
mi camino;
uno del que no me salgo
ni pido permiso.

Carlos Vera
Blog de Carlos
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