Aurora

En una mañana templada
donde el sol era una nube
con complejo de Dios
nacía Aurora envuelta en sábanas,
silenciosa,
taciturna,
taimada.

Rompió el hábito de lágrimas,
rechazó cuna y biberón,
puso pies en polvorosa
buscando pintar un mundo mejor.

Pasaron años, años y años,
los edificios fueron murallas
donde sentirse protegida,
las montañas los senos
de una madre nodriza,
la tierra un espectáculo
para contemplarlo en vida
para soñarlo dormida.

Pasaron los años y Aurora crecida,
seguía en silencio,
pero con voluntad de mordida,
tenía hambre de ser,
hambre de crecer, de conocer,
de sentir, de explorar,
de saber,
pero andaba perdida,
hasta que encontró el amor
en el árbol de la vida.

Aprendió en su caminar
que sus huellas se borraban,
aprendió de sus lágrimas
que la pena marchaba,
contempló las estrellas,
las playas,
las lunas crecidas y menguadas,
al sol de este a oeste,
supo encontrar el amor en la vida
y aprendió que la suya
simplemente se iría.

Aurora murió cansada
de intentar volverse eterna,
cuando su alma tocó el cielo
se deshizo, cromática,
dejando su saber,
su querer y su desdén,
su paciencia de aprenderse a solas,
su inquietud infinita,
en su infinitud preferida
la bóveda celeste:
abanico de colores en el cielo
y pozo sin fondo tras su muerte.

Por: Joan Aniorte (Escritor de Letras & Poesía) 

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