Érase una vez un grupo de comediantes que revolucionó la incipiente televisión de su país. Que cruzó fronteras para imponer un estilo, una categoría, una sensibilidad humorística diferente. Así fueron Ricardo Espalter, Enrique Almada, Eduardo d’Angelo, Berugo Carámbula, Henny Trailes, Gabriela Acher, Julio Frade y otros. Conocidos en Argentina como «Los uruguayos», hicieron reír a varias generaciones en ambas orillas del Plata y más lejos también. Muchos los recuerdan; hasta en la televisión los vuelven a mostrar.
Cuando ya llevaban una década de éxito, surgió un impagable sketch. Conocido por momentos como “Los buenos modales”, la mayoría del público lo recuerda por su personaje principal, el Toto Paniagua. Un hombre de pueblo que había triunfado con su negocio de chatarrero y aspiraba a pulir sus modales en la mesa, recibía trabajosas lecciones del profesor Claudio. Una atractiva asistente completaba el terceto de una desopilante puesta en escena cómica. La amplia cultura del profesor da pie a elaborados discursos de etiqueta y protocolo, sazonados de indescifrables palabras, que provocan una y otra vez las caras de extrañeza, rechazo, sorpresa, admiración y hasta caprichosas comparaciones de parte del sufriente alumno. Que, por supuesto, se escarbaba los dientes con los dedos y sorbía la sopa haciendo ruido, como toda la vida lo había hecho.
¿Les da curiosidad? Hagan clic aquí para verlo en Decalegrón, programa emitido en el Canal 10 de Montevideo. También estuvo en otros programas argentinos, como los recordados Hupumorpo y Comicolor, e incluso en el Sábado Gigante chileno. Vean aquí una escena de un programa; en un local gastronómico, Toto invita a una dama con un té, mientras desde otra mesa el profesor Claudio le vigila y asesora.
Al comenzar la década de los ochenta, Toto llega a la pantalla grande, dirigido por Carlos Orgambide, con el título de Toto Paniagua, el rey de la chatarra. Diez años después, una cruel enfermedad se lleva a Almada de este mundo, y ya la vida pública de Espalter no sería más la misma. Pero quedó por siempre instalada en el recuerdo del público esa forma de hacer humor, de reírse de uno mismo en un espejo formidable, en la sutileza del desatino ajeno. Al volver a ver esas imágenes, por un rato se olvida este mundo en el que vivimos, tan poluto y zamborotudo.
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