Bajo su almohada guardaba una estampa. Su protector, general de los ejércitos celestiales. Sus plegarias iban siempre dirigidas a él, aquel que empuñaba la espada zafiro y dormida rezándole él la escuchaba.
En la lejanía, en el mismo espacio, bajo una lluvia persistente un coche derrapaba volcando y girando sobre sí mismo por un precipicio. Donde la desgracia podía haber triunfado ahora sólo lo milagroso ocupaba su lugar. Como era posible que él, que conducía con la intención de terminar con todo, estuviese en medio de la nada, ileso, sin ningún rasguño en su cuerpo. Las gotas de agua de un frío diciembre verificaban que no había sido un sueño. Su coche ardiendo, destrozado, mostraba que lo increíble había ocurrido en realidad. Pues no sabía, ni como, ni cuando logró liberarse de lo que pudo ser su propia tumba. Sólo recordaba una luz blanca que lo cegó por unos segundos. Tras ésta, él indemne bajo una noche de tormenta.
¿Qué le había ocurrido?… Bajo esa incógnita se le vino un nombre a la cabeza. El nombre de ella. Sus palabras de despedida emergieron resonando en su cabeza como si en ese momento se las estuviese diciendo: “ Aunque no sepa nada de ti, aunque no nos volvamos a hablar, ni a ver. Ten presente una cosa. Siempre rezaré por ti, siempre te protegeré”.
Y mientras ella respiraba aliviada porque sabía que lo había protegido. Él quedó consternado, al percatarse de esa verdad, cuando con sus dedos sacó de su bolsillo derecho de la chaqueta la misma estampa que ella tenía bajo su almohada, la imagen del arcángel Miguel que ella le regaló la última noche que se amaron.
buen desarrollo gracias por compartirlo
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Prima, me ha encantado, bien trenzado y llevado. Un abrazo
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