Reconozco no haberla valorado lo suficiente,
igual que reconozco haber sido poco audaz
y no haber apuntado al pie de la letra
sus recetas.
Reconozco no haberle dado todo el cariño,
toda la vida,
la que ella daba por nosotros.
Reconozco no haber sido la más sociable con ella,
por no haberle contado mi vida
como se la contaba a una amiga.
Y echo de menos
el oírla llorar,
reír,
leer bajo la lamparita,
dormir la siesta en el sillón,
acompañarme a pasear,
comprar,
vivir.
Echo de menos
verla
cocinar,
conversar,
respirar.
Echo de menos
poder girarme y que esté ella,
preguntarle,
hablarle.
Echo de menos,
como persona inmadura que no valora el tiempo
y que vive en la eternidad de los momentos.
Como si vivir no fuese efímero
o como si estar fuese una verdad.




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