Escribí millones de “te quieros” mientras dormías sobre tu piel desnuda,
en todos las lenguas que conozco.
Suaves,
ligeros,
para que no sintieras el roce de la yema en ti,
algunos,
incluso en el aire,
a milímetros de tu epidermis,
sólo yo,
pude sentir esa corriente eléctrica entre tu piel y mi dedo.
Para que no los alcanzaras a saber.
“Te quieros” mudos,
silenciosos,
callados,
gritados a voces en mi cabeza y en mi alma,
con mi boca sellada,
imposible de abrir.
Y me arrepentí de callarlos cuando los escuché pronunciar de tus labios en nuestra despedida,
y sólo te pude contestar un “yo también”.
Cogiendo mi maleta.
Cerrando la puerta de tu habitación.
Susurrando en una lágrima que cayó por mi mejilla tu “te quiero”.
Yéndome a tantos kilómetros de ti,
como “te quieros” no te dije en voz alta.



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