Cierro los ojos y miro
el crujir de maderas silenciosas,
cuando el destino se encamina lento,
hacia los árboles de las sombras
que sus hojas van tirando
como aquel otoño que fue
corriendo sin mirar atrás
con el horizonte por testigo
y el deseo por verdugo.
Y vuelvo a mirar para mis adentros,
hondo, en lo oscuro de mi tormento,
y descubro un alma que respira
entre las hojas que cayeron.
Y despierto, tranquilo con el tiempo
de saber y, mejor es no saberlo,
que al dormir te olvidas
lo que viviste despierto
y que pasará cada día
hasta que todo sea sueño.



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