Quería robarme la identidad, decía.
Y dicen que hay amistades que te ahogan hasta arrancarte las entrañas,
el respirar,
el sentir,
el compartir,
el ser.
Como si querer a alguien fuese irremediablemente enlazado con la soga.
La que ella me ató sobre las curvas mediante las que asentía a sus comentarios,
machistas,
en absoluto objetivos,
llenos de envidia
Rencor
Y odio.
Odio
todo lo que me hizo creer que era y luego no fue.
Todo lo que parecíamos ser pero luego rompió.
Y es que, ya lo decían los búhos que desde la perspectiva idónea nos observaban, que más que amistad
parecía un ave carroñera sobre carne fresca.
Y es que quienes chupan sangre acaban tirando los cuerpos al vacío para proveerse de otros más frescos.
Y ahora, decido desvestirme, quitarme el ropaje que me impida ser el triple transparente,
el triple de existente de lo que mis amistades quisieron que fuera.
Amistades que rompieron mi carne en jirones.
Y sin reparo, pero con desprecio,
me dejaron caer sobre el vertedero de la angustia
del desdén
del ‘que pasó para que desaparecieramos’.
Si somos lo que somos,
algun día seremos carne para otras manos,
pero más vale que nos devoren
a que nadie, ni tan siquiera,
nos aprecie.




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