Esa agua quería ser fuego: era lo que más deseaba.
Y tanto lo deseó, que osó lanzarse contra aquel montón de llamas iridiscentes: al instante sintió brotar un gran calor alrededor de toda ella. Pero al contrario, no transformó en flama, sino que hizo que todas las llamas se apagaran al unísono. Y mientras caía, apagaba más fuegos, y por ende, más de sus sueños por allí por donde pasaba. Siguió cayendo por terribles momentos hasta que alcanzó la tierra, la alimentó, se fundió con el sol, y finalmente se hizo planta y flor.
En la madrugada sintió el abrasador sol en su esplendor. Entonces lo entendió todo y agradeció poder sentir al fuego que da vida: el aire.
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