El grandioso milagro inoportuno
nos convierte en el mejor juego de ases;
que, flemáticamente, en silencio,
agravia el vicio errado de los éxtasis venales.
La dulzura amargadamente sagrada
destruye la poca cordura carente;
que, con la astucia de nuestras mentes inocentes,
saciamos los cuerpos orgiásticos paulatinamente.
El elegante evento giróvago
disolutamente queda plegado en las manos;
entretanto nuestros ojos alcanzan el íntimo pecado,
que ha quedado urdido en el divino calvario.