La blanca ave que encerrada está
allí, entre penas amatistas.
Asustada y ahogándose en letras
solloza su peor miedo.
Y se recuesta,
y se ajetrea,
¡y corre y corre!
Entonces suena la voz:
se desgañita pronunciando aflicción.
Se odia por ser lo que es.
Y el poeta odia su sensibilidad
porque sabe lo vulnerable que es,
no ante los demás, ante sí.
El ave entierra las garras
en su pecho, y se desorbita las plumas,
y llena de malva rojizo la jaula.
Pero, ¿cuál es la jaula?
Le atemoriza la susceptibilidad del escritor.
Odia la poesía, odia las palabras, odia la música.
Alegría ya no es musa, la jaula le crece en el corazón
una noche más…
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